Para mentes inquietas y oídos con ganas de comerse el mundo. Lonely Planet Magazine

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Carmen Amaya es una de las artistas más importantes del baile flamenco de todos los tiempos. La Capitana –como irónicamente le llamaban sus hermanos- vino al mundo hace justo cien años –nació el 1 de noviembre de 1913- en uno de los barrios más pobres de Barcelona, el Somorrostro en la Barceloneta. Amaya comenzó bailando siendo una chiquilla en pequeños y paupérrimos locales del barrio Chino, pero su arte telúrico –y la Guerra Civil de por medio- la llevó por años a girar sin parar por América del Sur y EE.UU. Sus actuaciones en Nueva York tuvieron lugar en los auditorios más prestigiosos, el público la adoraba y las estrellas del cine como Greta Garbo o Charles Chaplin caen rendidos a sus pies.

En este magnífico libro, estructurado en cuatro partes (Taranta, Agosto, Luto y Ausencia), se repasa a través de fotografías en blanco y negro realizadas en su mayor parte por Colita, pero también por Julio Ubiña, durante el último año de vida, cuando participó en la película «Los Tarantos» junto a Antonio Gades, y hasta su fallecimiento en el 19 de noviembre de 1963 junto al mar, en Bagur (Girona). Dicen que con solo diez años ya bailaba como lo haría el resto de su vida. Su baile lo describió Sebastian Gash como “movimientos de un descoyuntamiento en ángulo recto, que alcanza la geometría viva”, unos movimientos que afirmó la bailaora gitana aprendió del movimiento de las olas del mar.

El texto de la escritora Ana María Moix, titulado «El Malboro de la Capitana», nos describe como desde niña la genial bailaora llamó la atención de su familia y de quienes la vieron junto a su padre, el Chino, acampándola a la guitarra, por las tardes al anochecer en las polvorientas calles donde pasó los primeros años. Que en Granada deslumbro aquella gitana catalana y que bailó para el rey Alfonso XIII.

Escribe Moix que el suyo era “arte complejo, misterioso y sublime”. Su baile salía de las misma entrañas, “si no bailo muero” decía, algo literalmente cierto puesto que la enfermedad renal que arrastró -apenas el café y el tabaco le hacían mantenerse- le impedía eliminar la toxinas que solo podía expulsar fuera de su fibroso y pequeño cuerpo a través de su piel por sudoración.

Amaya fue una innovadora que no encontró en su ciudad natal, y el resto de España, más que parcos comentarios de los críticos. Aunque amasó una gran fortuna que compartió con su familia, una trupe de unos 25 o 30 personas que le acompañó inseparablemente desde humildes pensiones a los grandes hoteles y con la que compartió sin miramientos (cuando compraba una joya o un abrigo, además del suyo pedía trece más para las mujeres que le acompañaban).

Murió arruinada en su casa, con apenas unos trajes y unos sencillos útiles que fueron apropiados por los gitanos llegados de todos los lugares y tomaron como valiosos recuerdos. Este libro, en una cuidada edición, rinde tributo a una bailaora de raza, genial y arrolladora.

 

CARMEN AMAYA 1963 ANA MARÍA MOIX · COLITA · JULIO UBIÑA (Editorial Libros del Silencio, 2013) www.librosdelsilencio.com

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